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Arte inmersivo: qué sentimos cuando se vive una obra de arte desde su interior

Arte inmersivo: qué sentimos cuando se vive una obra de arte desde su interior
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Ser parte de la historia. Todos anhelamos ser parte de algo. Hacemos amigos, tendemos a juntarnos con personas con las que compartimos un hobby, formamos comunidades de millones de personas que, de una manera o de otra, apoyan ideas o se involucran en proyectos. Nos gusta que se nos tenga en cuenta y se nos recuerde. Sería imposible existir sin implicarnos y no podemos vivir como meros espectadores de la realidad que nos rodea.

En pos de este interés, somos nosotros quienes vamos a la búsqueda de esa integración y de tener un papel en lo que nos rodea pero, ¿qué sucede cuando ese algo que deseas te busca a ti? ¿Qué pasa cuando te invitan a entrar? ¿Qué ocurre cuando, donde solo podías mirar, de repente te dejan participar?

El arte inmersivo ha sido uno de los bombazos artísticos que pegaron fuerte en 2016. En su éxito respira precisamente la intervención del público. Involucrar a los espectadores en la pieza y que esta crezca y se transforme con ellos implica no solo una manera alternativa de disfrutar del arte sino una forma diferente de entenderlo. Aquí el arte abre una puerta al público y pasa a generar una conversación bidireccional con él gracias a la propia experiencia que proporciona.

Un arte que nace de la experiencia

Justamente experimentar en primera persona es uno de los factores claves en el surgimiento de esta tendencia artística. Una de las consecuencias positivas que ha generado la sociedad de consumo es que, una vez cubiertas todas las necesidades básicas, hay que encontrar una nueva forma de convencer al público de que ese producto o ese proyecto es el que le hace falta. Es entonces cuando se apela a un nuevo tipo de necesidad: la emocional. Las aspiraciones y los deseos son elementos inherentes a todas las personas y para vivirlos, precisamos de experiencias.

Hoy, lo que consumimos (gratis o por dinero) tiene que hacernos sentir. Es una pauta a la que nos hemos acostumbrado y que utilizamos inconscientemente a la hora de elegir. Y esto tiene mucho de bueno. Buscar la experiencia nos enriquece, nos vivifica, nos estimula y, por qué no, nos reconforta.

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Las claves: aprenderlo, vivirlo y disfrutarlo

Habida cuenta de lo joven que es el arte inmersivo, es difícil establecer una fecha concreta de su surgimiento. Si bien para explicarlo no podemos olvidar otras disciplinas artísticas de las que bebe —como el happening o la performance—, es imprescindible señalar los aspectos en los que este arte muestra una evolución con respecto a ellas.

Tanto el happening como la performance propician el encuentro interactivo del público con la obra, pero el nuevo concepto del que hablamos incluye un componente didáctico. Está pensado para acercar el arte al espectador y tratar de que lo entienda al hacerle partícipe. Al artista no le interesa únicamente lo que el espectador pueda aportar a la obra con su improvisación, sino que la entienda. Hay un deseo de acercamiento.

También hay que destacar el componente tecnológico de las piezas de esta variante de arte. Se trata de una disciplina que ha nacido en la era digital y como tal, es frecuente encontrar piezas con fuertes aportaciones tecnológicas en las instalaciones. En estos casos, la conexión con el público es mucho mayor y el disfrute de quien lo vive se maximiza.

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Un buen ejemplo de ello es la obra del artista, teórico y arquitecto francés Serge Salat llamada “Beyond Infinity”. Esta consistía en una estructura basada en una construcción de espejos y fractales atravesados por un juego de luces que generaba un cosmos particular. Sus límites eran prácticamente imposibles de definir y, así, Salat creó una sensación de falso vacío, una confusión del espacio-tiempo por la que el espectador transitaba y reflexionaba.

Al pasear por la escena, el visitante deja de percibir el paso del tiempo cuando el ritmo de la luz genera la iluminación de una puesta de sol o de la madrugada en función del camino que se vaya recorriendo. En pocas palabras, nunca estuvieron tan cerca de navegar por el universo quienes, cuando eran niños, soñaban con ser astronautas y viajar por el firmamento.

El mundo detrás del objetivo

Pero el arte inmersivo no se encuentra solo en las instalaciones. También el cine, el teatro o la fotografía sirven para incluir al público en la experiencia. En España, no hace ni un año que hemos podido empezar a disfrutar de entrar literalmente en la historia de una película. El proyecto de "Spectacular!" invita a la audiencia a vestirse como los personajes de la cinta que van a vislumbrar, la adentra en un espacio decorado con el mismo ambiente que la película. Incluso, el público participa en la trama y toma sus propias decisiones.

También en fotografía hay amplias referencias a tener en cuenta y, algunas de ellas, de hecho, se pueden ver hasta finales de mes en Barcelona, en la exposición Perspective Playground que Olympus organiza.

En este proyecto internacional compuesto por 12 salas interactivas, el arte moderno se mezcla con la fotografía y se imbuye al espectador en la óptica del juego. En el caso de la fotografía, las creaciones inmersivas difieren bastante de las las clásicas exposiciones de imágenes estáticas colgadas en las paredes de una galería. Cuando se trata de este tipo de exhibiciones, nos acercamos al mundo de la imagen como nunca antes lo habríamos imaginado. Descubrimos una nueva perspectiva y conocemos a fondo cómo funciona el mundo detrás del objetivo.

Pupilas rectangulares y realidades distorsionadas

Por ejemplo, Haruka Kojin, el joven artista japonés que se esconde detrás de “Contact Lens”, imagina una realidad vista con pupilas rectangulares y vislumbra los paisajes tal y como podrían verlos las aves, que son capaces de detectar los rayos ultravioletas, invisibles para el ojo humano.

Cuando nos adentramos en su propuesta y miramos a través de las lentes acrílicas que dispone en la sala, el espacio se convierte y se transforma. No vamos a desvelar qué y, sobre todo, cómo se ve a través de ellas porque estaríamos desvelando la magia de su creación. Lo que sí podemos decir es que, además de provocar la sorpresa y la alucinación del espectador, también le hace comprender lo importante que es mantenernos abiertos y estar preparados para no dejar nunca de descubrir nuevas perspectivas.

Otra historia es la que cuentan Lauber & Doering con su instalación audiovisual interactiva “Resonant Space”. Entre los dos suman conocimientos de música, producción de sonido y física y han querido trasladar a los visitantes de su exhibición a otra sustantividad. Canales de audio 8.1 y tres paredes es lo que han necesitado para conseguir que, cuando entremos en la sala, unos visuales que proyectan en los muros cambien en tiempo real en función de nuestro propio movimiento.

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También la música se transforma dependiendo del número y la intensidad de los gestos que hagamos. Al principio es posible que no nos demos cuenta de que somos nosotros quienes modulamos la obra, pero cuando nos percatamos, la sensación de poder y de dominio que se genera es estimulante. Es mucho más disfrutable aún si se va acompañado y son varias las personas en la habitación, porque la pieza se crea entre varios y las emociones se comparten.

Quizá lo más importante, memorable o destacable de este tipo de arte es que sus obras nunca se repiten. Son experiencias únicas porque están basadas en las personas que participan en ellas y susbsisten y evolucionan en la medida en que cuentan con éstas. Las interacciones y el juego de los visitantes, son necesarias para que las piezas cobren vida y consigan contarnos la historia completa.

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