Apasionado, brusco y directo en ocasiones pero sincero siempre. Es lo que se desprende del trato con Antonio Aragón Renuncio. Siempre ha amado la fotografía y contar historias. Recorrer rostros, caminos, luces y sombras. Pero de lo que sí está seguro es de la maravillosa y perfecta división de un segundo en mágicas fracciones de luz y color. Es una de las definiciones más apasionadas y vitales que he escuchado de la fotografía. Y eso en su mundo es un argumento más que suficiente para incluso dejarse la vida.
Un cientoveinticincoavo de segundo puede ser lo más parecido a la eternidad. Y se hizo la luz. Y eso ocurrió en alguna lejana tierra al otro lado del vasto océano
Ese sería un buen resumen de lo que quiere y cree ser Antonio. Cree más en el trabajo diario y en la máxima aquella de:
Vales lo que vale tu última foto
Y por eso espera, desea, que le sigan dejando un ratito más acá - refiriéndose a fuera de Managua (Nicaragua) y al continente africano - para seguir dándole duro al disparador y viviendo historias increíbles con gente increíble. Es la ventaja de haber hecho siempre lo que ha querido y en lo que ha creído, al menos, eso espera.
XATAKAFOTO: Bienvenido Antonio, comencemos ¿Cuándo y cómo cambia tu vida y tu fotografía y pasa a ser una fotografía más social, una fotografía de denuncia?
ANTONIO ARAGÓN: En la vida de cada quién siempre (o así debería ser) hay algún o algunos puntos de inflexión. Los míos los tengo bien claros aunque creo que esos no deben trascender del ámbito privado. Mi fotografía ha cambiado a lo largo de los años y lógicamente se ha modificado y evolucionado gracias, por y según esos momentos clave. Comencé retratando gatitos y los intensos colores de un atardecer (como quién dice). Luego descubrí el blanco y negro que me marcó y enseñó a entender lo poco que sé la luz, pasando noches enteras metido en el cuarto oscuro alucinando con su magia. Y, de repente, un buen día, apareció el color. Rabioso y lleno de contraste. Pleno de rostros, de sufrimiento.
¿Por qué la denuncia? Porque hay muchas cosas que denunciar y porque lo mires por donde lo mires no hay derecho a muchas de las cosas con las que nos bombardean en los telediarios (si es que son lo suficientemente rentables políticamente para salir en ellos, claro está) de las tres. Porque todos deberíamos hacer algo por un cambio. Por un cambio más justo. Cada quién en su pequeño charco y en función de sus posibilidades. Pero hacer algo. Yo tomo fotos, es lo que menos mal se me da hacer. Y algunas de esas fotos han servido para ayudar a alguno de los niños que habitan en nuestro Paraíso de los Corazones Olvidados. Sólo por eso merece la pena el viaje.
Hay rostros que no puedo dejar de recordar… de cuando en cuando se me siguen apareciendo, en sueños. Y sigo (y seguiré, si puedo y me dejan) sin encontrarle el sentido al sinsentido. Por muchos años que lo lleve fotografiando. Justamente por eso, espero no dejarlo nunca de hacer. Y gritar, lo más alto y claro posible para aquellos que quieran escuchar.
¿Quiénes son tus referentes fotográficos?
Hay cientos de grandes fotógrafos, unos conocidos y otros no tanto. Incluso algunos que ni siquiera sabemos que existen. Admiro el trabajo de la gente comprometida con su trabajo y su mirada. Bebí de los clásicos y me seguirán gustando siempre. Demasiados nombres y demasiadas fotos para enumerar aunque siempre alucinaré con Capa y Natchwey. Esos tíos son de otra galaxia. La quintaesencia del fotoperiodismo.
Si alguien me preguntara qué quiero ser de mayor, diría que la centésima parte de buen fotógrafo que ellos. Capa por ser el padre, por cambiar los conceptos, por acercarse a la acción (ya conocéis su frase: si no estás lo suficientemente cerca, la foto no es lo suficientemente buena) como nadie había hecho antes. Natchwey, por su ojo, su exquisita composición y su ilimitada capacidad de trabajo.
Actualmente, por suerte, hay un gran número de compañeros españoles que están dando la cara (¡y de qué forma!) y están invadiendo los medios internacionales (los nacionales por desgracia no llegan ni a la categoría de medios) y ganando numerosos premios (hoy no nos queda de otra que intentar sobrevivir con concursos y talleres) con sus fotos maravillosamente comprometidas. No voy a dar nombres (son muchos y muy buenos, no me gustaría dejar a nadie por nombrar) ya que ellos saben perfectamente quiénes son y lo que están haciendo. Unos en primera línea de fuego jugándose la vida para mostrarnos lo que pasa en el mundo, otros con una preciosa mirada social que otorga voz a los sin voz. Unos en las trincheras reales de alguna cloaca del inframundo planetario, otros en las cibernéticas de la denuncia y el compromiso con los más desfavorecidos.
Me encanta la fotografía, la buena fotografía. La ventaja de esta época de excesiva democratización de la imagen (con lo bueno y lo malo que ella conlleva) es que se están haciendo cosas terriblemente buenas (también terriblemente malas ya que hemos llegado al punto de que simplemente con comprar una cámara 'profesional' - sea lo que sea eso, ya que no conozco a ninguna que haga fotos sola - y subirlas al ciberespacio ya nos creemos artistas de la luz) que hace que el medio esté viviendo un momento (según mi punto de vista claro está) espectacular en términos de calidad.
La 'cagada' es que nadie está dispuesto a pagar un centavo por el sudor y la sangre de ese trabajo. Pero como siempre me gusta encontrar el lado positivo a las cosas, creo que todavía este puto mundo tiene esperanza ya que en él pulula ésta extraña tribu de románticos que está dispuesta a partirse el culo y la espalda por contar historias sin censura que nos haga atragantarnos con el postre. Además no hay dinero suficiente para pagar ciertas cosas, ni para remunerar una vida bien vivida. ¡Qué coño! Algunos sabéis a qué me refiero. Los buenos son muy buenos y da gusto ver su mirada. Los malos, bueno, con los malos simplemente hay que dar a la tecla suprimir. Ventajas de la tecnología.
Viajero infatigable, has sido fotoperiodista freelance en Nicaragua, Tailandia, Honduras, Marruecos, Turquía, Ghana, Burkina Faso, Birmania, Togo, Argelia. ¿Cómo trasforma la mirada de un fotógrafo estos lugares?
Más me gustaría viajar en busca de historias, el problema es que es demasiado caro moverse y cada día más complicado encontrar financiación para los proyectos personales. Así que la única opción es autofinanciarse y para ello debes gastar una gran cantidad del año en prostituirte (fotográficamente hablando, a lo otro no hemos llegado pero al paso que vamos en breve nos verán por alguna rambla) para conseguir juntar unos miles de euros con los que perderte en algún agujero negro pleno de luces y sombras.
Creo que hay dos tipos de fotógrafos. Los que transforman el lugar con su mirada y a los que el lugar transforma su mirada. En mi caso concreto, la fotografía y los viajes no sólo cambiaron mi mirada sino también mi forma de vivir, entender la vida (y la muerte) y a adjetivar de otra forma. Cuando has visto (y fotografiado) ciertas cosas le das importancia a lo que realmente importa. Te ríes de casi todo y te “valen verga” algunos “problemas” que antes te quitaban el sueño. Todo es más simple y relativo. El otro día intentaba explicárselo a alguien muy especial que me hablaba de lo complicado de la vida. La vida es muy simple.
El sol sale siempre por el este y se pone por el oeste. Después del día llega la noche. Y de cuando en cuando tras una tormenta terrible sale el sol y descubres un precioso cielo azul eterno en el cielo. Somos nosotros a los que nos gusta complicarnos la vida y lo que es más jodido: complicársela a los que nos rodean. Si ya lo decía una de las canciones de mi banda sonora personal: 'Living easy living free' pues eso, que razón tenían los muy cabrones - refiriéndose a AC/DC en 'Highway to Hell'. Texto y fotografías. No suele ser habitual combinar ambas facetas en la misma persona. ¿Cómo nacen esas historias?
En mi caso texto y fotografía van de la mano más por necesidad que por vocación. Al regreso de mi primer viaje 'serio' como fotoperiodista me dí cuenta de la importancia del maridaje entre foto y texto para contar mejor (además de ser más fácil de publicar) la historia. Si a eso le sumamos que soy un control freak con mis cosas y la cantidad de tiempo que me hubiera consumido contar a un tercero (que ni había estado en el lugar ni había sentido lo que yo sentí) lo vivido para que contara 'mi' historia, pues decidí ser yo mismo quien juntara las letras de esa sopa para que por lo menos a mi me supiera como debía saber. Así nacen los textos. Como una necesidad personal para recordar.
Es curioso ver cómo cambian ciertas cosas (pocas, pero haberlas haylas) en la vida de uno. Cuando era chaval odiaba hacer los deberes y las redacciones que nos mandaban en el colegio e inventaba mil excusas para escaquearme de ellas. Mira tú por donde, que al final de la peli, he acabado intentando trasladar al negro sobre blanco experiencias vitales propias y ajenas. Y al final me ha gustado, bueno algo más que gustar. He descubierto un equilibrio muy placentero entre el antes (la toma de fotografías en el lugar) y el después (intentar plasmar sobre el papel los recuerdos y las historias de los protagonistas de las mismas). Es el ying y el yang de mi trabajo. La adrenalina de la acción y sus carreras, con el sosiego y la tranquilidad de su recuerdo frente a la pantalla del ordenador.
Las historias nacen de otra necesidad. La de saciar una curiosidad que como decía mi madre cuando era pequeño y pasaba todo el día tras de mí (la hiperactividad de un crío preguntón es lo que tiene… que agota… jajaja) no tiene límites. Siempre he querido conocer las cosas de primera mano, verlas en vivo y en directo. Olerlas, y por qué no, ser su/mi protagonista en la sombra.
Presides además una ONG, Oasis, háblanos de ella.
Después de dar vueltas por el mundo buscando historias que contar llegué a Nicaragua. Fue una de esas maravillosas casualidades del destino que a veces conspira de forma positiva. Yo iba por veinte días a realizar un reportaje sobre los niños de un orfanato de Managua con la idea habitual de llegar, fotografiar, volver y contar la historia.
Error. Después de vivir las veinticuatro horas del día con aquellos renacuajos que sabían latín, griego y chino mandarín, algo hizo click allá adentro. En alguna parte. Así que me quedé con ellos seis inolvidables años viviendo. Vivir, disfrutar y sentir en primera persona una pequeña historia de la Historia es mucho más excitante que un millón de grandes historias vistas en la tele - además ya no tengo tele - así que ahí nace OASIS.
Consecuencia lógica (por lo menos para mí) de vivir una de esas historias en carne propia y de querer hacer algo para mejorar las condiciones de vida de sus protagonistas. Hicimos varios proyectos en el orfanato y poco a poco la familia y los amigos se fueron involucrando más y más en nuestras “locuras” con lo que la bola de nieve se fue haciendo más y más grande. Luego llegamos a África.
Cuando uno llega allí y tiene los ojos bien abiertos se da cuenta de que no hay derecho a ciertas cosas que allá pasan. Porque simplemente por haber nacido al otro lado de la frontera que hay al sur de París un niño no debería estar condenado al olvido, al sufrimiento y a la muerte anónima. Porque no me gusta vivir, ver y fotografiar cosas que tendrían fácil solución (si las intentáramos) y que por desdén se convierten en sentencia de muerte. De muerte lenta, eso sí. Si de cuando en cuando dejáramos de mirarnos tanto el ombligo, igual nos dábamos cuenta de un par de cosas. Cosas simples. Cosas pequeñas y sin aparente trascendencia… o puede que no tanto… ¡quién sabe!
Así nace el proyecto africano, con un pequeño grupo de amigos (geniales profesionales de la medicina y mejores personas) que brinda atención médica (traumatología y cirugía reconstructiva) gratuita a quienes por haber nacido al otro lado están condenados al olvido, al sufrimiento y a la muerte anónima. Con Oasis tratamos de dar una oportunidad a cientos de pacientes que jamás la han tenido, jamás han sido valorados por un médico cualificado que les tiende una mano para continuar su vida. Y seguimos acudiendo (ya llevamos 10 años seguidos) a nuestra cita africana intentando crecer y buscando nuevas formas de realizar nuevos proyectos.
Pero tu corazón está en Nicaragua, ¿por qué razón?
Mi corazón está siempre a mi ladito, por lo menos eso procuro. Esté donde esté. Aunque bien repartido por alguna extraña (o no tan extraña) razón. Ahora (ya desde hace muchos años) mi centro de operaciones está en Nicaragua desde donde me muevo a otros lugares en busca de historias, principalmente África, en donde también desde hace tiempo hay un pedacito de él.
Cuando comencé en esto de los viajes mi ilusión era llenar el mapamundi que tenía detrás de la puerta de mi cuarto de banderitas que indicaran todos los países en los que había estado. Hasta no dejar un hueco libre en él. Con el tiempo y las canas te das cuenta que en la vida no todo es cuestión de cantidad. Prefiero cinco intensos segundos frente a unos ojitos curiosos (y hacerles una foto) que cuatro años de seguridad y preguntas sin respuesta.
En los últimos 10 años he visitado los mismos países una y otra vez y he descubierto lo inexplicablemente placentero de sentarse dos horas frente a uno de los protagonistas de mis fotografías y compartir con él ese instante que perdurará por siempre en la memoria y que compone un importante capítulo en mi cuaderno de bitácora.
¿Qué pesa más la fotografía o la denuncia? ¿Cuál es tu objetivo último?
Lo que pesa es la cámara - suelta una sonora carcajada -. Cada día más. La fotografía es mi gran pasión, así que siempre la fotografía esta por delante de cualquier (hay varias personas que me la tienen jurada por eso… jajaja) cosa. La denuncia social mi vocación, así que el fotoperiodismo es una consecuencia (en mi caso, claro está) lógica de la pasión por los viajes y las ganas de ver y contar historias que el resto de la gente habitualmente no ha visto ni vivido.
Es curioso recordar que cuando comenzaba en esto de la fotografía, la gente me preguntaba qué era lo que más me gustaba. Yo les respondía todo menos el fotoperiodismo. Al final es lo que realmente me enganchó, me apasiona y a lo que me dedico. Cuando uno es joven, a veces es demasiado pendejo…jajaja. Me costaría mucho (además de no apetecer nada de nada) dejar de vivir como vivo, pensar como pienso, viajar donde viajo y fotografiar lo que fotografío, aunque el fin de mes muchas veces llegue el día 3, el muy cabrón.
¿El objetivo último? Me gusta (y mucho) la fotografía a la que me dedico, otra cosa es que me gustaría hacerla mejor - se ríe - mostrarla es una consecuencia lógica que además en muchos casos (por eso sigo yendo a buscarlas) sirve para algo concreto y para alguien concreto… eso me parece mucho más interesante e importante. Me gusta pensar que alguna de mis fotografías robó cinco segundos del día de alguien y le hizo pensar y replantearse ciertas cosas para consigo mismo y/o para con sus semejantes. Eso me parece un regalo demasiado brutal como para dejarlo sin aprovechar.
Nunca he creído en los grandes cambios ni en los grandes proyectos que salvarán al mundo. Creo en las pequeñas cosas, en aquellas sin aparente importancia y que a la postre conllevan un giro a mejor. Para salvar al mundo primero debemos salvarnos a nosotros mismos… parece muy fácil, creo que lo es, pero la mayoría de la gente no se ha dado cuenta. Quiero pensar que la fotografía -la fotografía que hacemos y nos gusta hacer- es la herramienta perfecta para ello. Eso y que es demasiado excitante y atractiva como para ni siquiera pensar remotamente en renegar de ella.
En la vida hay que tomar decisiones ásperas (riesgos que dirían algunos) en ciertas ocasiones, dulcemente duras en otras por las que hay que estar dispuesto a pagar el precio. Sólo espero que al final del viaje me dejen cinco segundos para echar la vista atrás y poder constatar que mereció la pena.
Hasta aquí la entrevista con Antonio Aragón, un fotógrafo que como os decía tiene un 'par' de motivos para cambiar el mundo a través de sus proyectos personales y su fotografía. Sin mirar los resultados a corto plazo, solamente mirando a las personas, cara a cara, frente a frente, corazón en mano, a través del objetivo de la cámara.
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