La naturaleza ha sido la principal fuente de inspiración del ser humano. Y no cabe duda de que lo seguirá siendo en el futuro. Podemos ilustrar esta afirmación con decenas de ejemplos diferentes. Algunos, incluso, pueden retrotraernos a la prehistoria, pero no hace falta que nos remontemos tanto en el tiempo.
No hace demasiados años, los ingenieros que diseñaron los primeros trenes de alta velocidad se toparon con un problema importante cuando ya creían haberlos vencido todos: los cambios de presión a los que era sometido el aire que envolvía a los trenes al entrar y salir de los túneles provocaban una pequeña explosión, una especie de estampido sonoro, que resultaba muy molesto tanto para los pasajeros como para los animales que habitaban en la zona.
La solución a este problema se le ocurrió, precisamente, a uno de esos ingenieros al observar el método de pesca del Martín Pescador. La óptima aerodinámica del pico de este ave le permite introducirse a gran velocidad en el agua y atrapar un pez sin que este tenga oportunidad de zafarse. El cambio de medio, del aire al agua, y, por ende, de densidad, no parecía suponer un problema para el Martín Pescador. Así que decidió dotar a la parte delantera de la cabina del tren de la misma forma que tenía el pico del ave que había logrado sorprenderlo. Y el problema del tren de alta velocidad desapareció.
¿Qué fue antes, el ojo, o la cámara?
La respuesta es evidente: el ojo. De hecho, las cámaras de fotos están claramente inspiradas en el funcionamiento de nuestros globos oculares. Sí, al igual que las cabinas de los trenes de alta velocidad lo están en el pico del Martín Pescador. Sin embargo, el objetivo de este post es dar la vuelta a este planteamiento, describiendo, así, las capacidades de nuestros ojos utilizando la terminología empleada habitualmente por los entusiastas de la fotografía.
Un artículo publicado por ClarkVision arroja algunas respuestas interesantes en las que merece la pena reparar. No obstante, es importante que tengamos presente que nuestra visión responde al trabajo conjunto de nuestros ojos y nuestro cerebro. De hecho, nuestros ojos se están desplazando constantemente, realizando una especie de barrido continuo que permite a nuestro cerebro reconstruir las imágenes con una enorme precisión.
Y, ahora, las cifras. Roger N. Clark, un fotógrafo, astrónomo y científico formado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), después de realizar unos cálculos bastante complejos, ha llegado a la conclusión de que el ojo humano tiene la capacidad de discernir hasta 530 píxeles por pulgada. Sin embargo, como hemos visto, el continuo movimiento de los ojos y la composición de los detalles que realiza el cerebro equivale a grabar una toma de vídeo con una cámara equipada con un sensor de, al menos, ¡576 megapíxeles!
Pero esto no es todo. En su artículo, Clark llega también a la conclusión, comparando la sensibilidad a la luz de una cámara DSLR Canon 10D con la del ojo humano, de que este último tiene una sensibilidad aproximada de ISO 800. Esta cifra indica que nuestros ojos son capaces de percibir, utilizando terminología fotográfica, 2,7 electrones por píxel, entendiendo por píxel cada uno de los fotorreceptores que incorporaría un sensor CMOS. Curiosamente, esta es la sensibilidad del ojo humano cuando es sometido a un entorno con muy poca luz, pero a plena luz del día su sensibilidad es mucho más baja, y oscila alrededor de ISO 1.
Y, para concluir, Clark calcula la distancia focal promedio que nos ofrecen nuestros ojos. Este parámetro oscila entre 22 y 24 mm, con una abertura equivalente de 3.2, aunque este último valor se va empobreciendo a medida que nos hacemos mayores, lo que indica que nuestra abertura máxima cuando nuestros ojos se encuentran en óptimas condiciones equivale a la mencionada 3.2.
Más información | ClarkVision En Xataka Foto | Los límites físicos de los megapíxeles
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