Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, un mediodía de verano de 2013, Rafael Sanz Lobato sentado ante los medios, carismático, tajante en sus ideas, defensor de la fotografía, sin pelos en la lengua, feliz a su manera porque al fin una retrospectiva se hacía eco de su obra. Premio Nacional de Fotografía tardío, en 2011, después de una vida dedicado al noble arte de documentar el mundo que nos rodea.
Hoy estamos de luto, pero queremos recordarle por su legado, el legado que nos ha dejado y que corresponde con la historia de nuestros antepasados, de nuestras tradiciones, de todos esos pueblos que hoy lamentan la pérdida de quién les dio visibilidad en las paredes de una exposición y en los libros. Desde aquí nuestras siete reivindicaciones, el mejor homenaje que podríamos hacerle.
Por una vida dedicada al blanco y negro
Mientras que en el cine en blanco y negro nos hace recordar al instante que estamos ante producciones clásicas pre color, en la fotografía la atemporalidad que siempre nos ha aportado es un recurso que aún seguimos explotando. En el caso de Sanz Lobato era una premisa indiscutible que dejó impregnada en toda su obra, desde su trabajo de caracter antropológico documental hasta sus bodegones o sus retratos y paisajes. El blanco y negro como nexo de unión de una obra que no dejó de perder su sello en ningún momento.
Por su amor incondicional a la fotografía analógica
Uno de los grandes momentos de aquella rueda de prensa fue esa defensa a ultranza que hizo de la fotografía analógica frente a la digital, algo que siempre que tenía ocasión expresaba y que indudablemente le definía como fotógrafo. En contraposición a otros fotógrafos de la vieja escuela que sí fueron adaptando su trabajo a los medios digitales, Sanz Lobato nunca dejó de utilizar sus herramientas habituales y el laboratorio químico para el copiado de sus imágenes.
Por haber documentado nuestro pasado
España es un país de tradiciones, muchas de las cuales aún se siguen manteniendo dentro de nuestro folclore festivo. Gracias a fotógrafos como Sanz Lobato, nuestra historia reciente y la memoria de muchos de nuestros pueblos sigue latiendo con fuerza a través de sus imágenes. Fiestas hoy olvidadas, incluso otras que se siguen celebrando, pueden ser situadas en el tiempo y observar su evolución por medio del trabajo de este autor que recorrió nuestras carreteras en busca de imágenes para recordar.
Por sentir su huella en cada fotografía
Hace unos días, revisitando el trabajo de Enrique Meneses a propósito de su exposición en Madrid, veíamos que había sido un fotógrafo invisible. Contrariamente a esa posición igualmente admirable, me puse a pensar en aquellos cuya impronta como autores sí se veía reflejada en las instantáneas. Sanz Lobato entraría perfectamente en ese listado. Hacía suyo todo lo que fotografiaba, su mirada se notaba en cada plano, su juego con el espectador, con el sujeto fotografiado.
Por ser maestro de fotógrafos
Gracias a su trabajo fueron muchos quienes siguieron sus pasos en las generaciones posteriores. Sin ir más lejos, Cristina García Rodero bebió de las fuentes de ese documentalismo tan racial, tan cercano, tan involucrado, tan visceral, tan de autor. Y gracias a él nuestra mirada fotográfica en España le ha tenido como referente visual. Gustamos de ese sentirnos parte de la escena, de ese límite traspasado entre sujeto y espectador.
Por su defensa pasional a este arte
“Amo tanto la fotografía que cuando veo algún golfo que se aprovecha de ella, siempre lo he denunciado”. Nada que decir a esta declaración de Sanz Lobato. Son muy pocos a quienes he visto sacar los colmillos por defender la fotografía, su pasión por este medio se veía reflejado en cada paso que daba. Amante de la fotografía bien hecha, de la sinceridad y la honradez fotográfica.
Por no tener miedo a experimentar
De Sanz Lobato conocemos fundamentalmente su trabajo enfocado al documentalismo, pero en su carrera existen otras estampas que igualmente, y como comentamos en aquella exposición de Madrid, reflejaban del mismo modo su sello. Porque lo importante en la obra de un fotógrafo es que sepa trasladar su mirada a otros géneros, y es así como lo hizo con sus bodegones e incluso con sus paisajes, donde se le ve en cada matiz de blancos y negros, en cada grano de película.
En resumen
Parafraseando a Díaz-Maroto y con su permiso, se nos ha ido Sanz Lobato, "maestro entre los maestros y rebelde entre los rebeldes". Porque así le sentimos quienes conocimos su obra y un poquito de su persona a través de sus imágenes. Larga vida a su legado y a este oficio que nos ha dado tanto alimentando nuestro alma en cada disparo, porque la fotografía es lo único que al disparar nos regala vida.
En Xataka Foto Rafael Sanz Lobato, por fin su gran exposición llega a Madrid Fotografía Bercianos de Aliste, 1971 © Rafael Sanz Lobato
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