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¿Hacer cine solo con fotos? Tres joyas históricas para disfrutar

¿Hacer cine solo con fotos? Tres joyas históricas para disfrutar
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No me voy a detener a hablar sobre la fotografía en el cine, uno de mis temas fetiche. Siempre he creído que la relación entre ambas manifestaciones es muy importante, y que el premio a la mejor fotografía debería considerarse como uno de los cinco más importantes. En esta ocasión vamos a ver ejemplos de cómo hacer cine solo con fotografías.

El cine sin imagen no tiene sentido alguno. Como la literatura sin palabras. Se puede hacer cine sin sonido, sin guion, sin sentido. Pero siempre depende de la fotografía. De la necesidad de comunicarse a través de la imagen en movimiento. Es su esencia. Pero curiosamente, a lo largo de la historia se han hecho películas con fotografías. No me refiero a los largos planos estáticos que a muchos duermen sin remedio, como podemos ver en las películas del griego Angelopoulos, por poner un ejemplo.

Me refiero a filmar fotografías, una detrás de otra. Y ser capaz de darles ritmo y sentido. No como una antigua proyección de diapositivas en la que los amigos de tus padres te contaban el viaje a Alemania durante tres largas horas (¿notáis mi trauma?). Es algo realmente difícil y que pocas veces se ha hecho bien en el mundo del cine y los documentales. Y tampoco me refiero a la técnica del timelapse, que no es otra cosa que eso, una imagen detrás de otra pero con la intención de acelerar el tiempo.

Ahora mismo solo me vienen a la memoria unos pocos ejemplos. Seguro que entre todos podemos encontrar muchos más. Y es otra salida que podemos dar a nuestros disparos. Y algún día ganar como fotógrafos un premio cinematográfico.

Jazz: la historia de Ken Burns (2001)

No es la primera película documental que cuenta historias con fotografías, que es capaz de añadirle ritmo con viejas imágenes en blanco y negro. Pero con esta serie documental se popularizó un término que da nombre el director del mismo, el efecto Burns, que no es otra cosa que desplazarse por la fotografía para darle un aire de animación con zoom y paneos (qué fácil sería poner desplazamientos). Y la verdad es que engancha.

El efecto Burns es muy popular entre los poseedores de algún ordenador Mac, pues entre las múltiples cosas que parecen hacer estas máquinas, una de ella es dar esta animación a nuestras imágenes. Y como siempre, bien usado, consigue que nuestras fotografías pasen a ser cine con todas las letras.

La Jetée de Chris Marker (1962)

A estas alturas mucha gente cinéfila conoce de sobra el trabajo de Chris Marker. El muelle, traducción literal de La Jetée, cuenta una historia que inspiró a una de las mejores películas de Terry Gilliam, Doce monos (1995). Es la historia de un viaje en el tiempo contado única y exclusivamente con fotografías en blanco y negro durante unos deliciosos 28 minutos de suspense.

Es el ejemplo perfecto para este artículo. Y ahora que lo pienso, sería un ejercicio perfecto para aprender fotografía. Con la ayuda de la palabra, el cine no precisa de imágenes en movimiento. Tan solo de ritmo dirigido por la música. La mejor forma de definir este trabajo es el término francés de photo-roman, que sería algo similar a las fotonovelas que leían nuestros padres. En España pasó de moda pero en Francia existe una colección de la editorial Thierry Magnier que intenta recuperar el espíritu de esta forma de narrar entre un escritor y un fotógrafo... Qué bueno sería ver esto en una editorial española.

El rostro de Karin de Ingmar Bergman (1984)

Cuando empiezas a investigar por internet corres el peligro de encontrar fotos de gatitos. Si profundizamos de verdad puedes encontrar joyas como la que voy a señalar a continuación. El rostro de Karin es un cortometraje del gran Ingmar Bergman.Cuenta la historia de su familia a través de las fotografías de su madre que heredó tras su muerte. Es la triste historia de un matrimonio que no se quería.

No recordaba que el germen de esta película está en su libro Las mejores intenciones, que terminó siendo a su vez una película premiada con la Palma de Oro en 1992:

Los Akerblom eran una familia muy amiga de fotografiarse. A la muerte de mis padres heredé un buen número de álbumes; los primeros de mediados del siglo XIX, los últimos de principios de los años sesenta. Hay sin duda una enorme magia en esas imágenes, sobre todo si se examinan con ayuda de una lupa gigantesca: rostros, rostros, manos, posturas, ropas, joyas, rostros, animales domésticos, vistas, luces, rostros, cortinas, cuadros, alfombras, flores de verano, abedules, ríos, peinados, granos malignos, pechos que despuntan, majestuosos bigotes […] Pero sobre todo los rostros. Me meto en las imágenes y toco a las personas, a las que recuerdo y a aquellas de las que no sé nada. Esto es casi más divertido que los viejos filmes mudos que han perdido sus textos explicativos. Yo me invento mis propias pautas.

A base de primeros planos, con la bella música de fondo, el genial director nos enseña a cómo leer las fotografías en apenas catorce minutos. Siempre podemos encontrar nuevas formas de aprender a mirar o comunicarnos a través de algo tan aparentemente banal como apretar el disparador de nuestra máquina fotográfica. Ahora que se acerca un puente seguro que tenéis tiempo de disfrutar de estas tres pequeñas joyas.

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