Algunas veces, la costumbre de un lugar nos hace pasar desapercibidas sus escenas. Algo a lo que nos acostumbramos pierde la magia del primer vistazo. Pero, algunas veces, algo nos llama la atención y ese lugar se vuelve una obsesión fotográfica.
Mirar, repetir, mirar, repetir
Un lugar natural es distinto, cada día, cada hora que pasa. Aunque podamos predecir ciertos comportamientos de la luz, los elementos que rodean ese espacio son al azar. Diría que solo un espacio construido específicamente para una fotografía, con solo iluminación artificial, es capaz de mantenrse igual con el paso del tiempo.
Sin embargo, como nuestra nariz, el cerebro elimina de nuestro ser consciente esos espacios que vemos día a día, cuando nos levantamos y cuando vamos a cerrar los ojos. Las escenas se vuelven cotidianas y ya no tienen asombro.
Por eso hago un llamado para dedicarnos a observar nuevamente aquellos lugares que nuestros cerebros están pasando de largo. Activar lo que, creo, se puede definir como “mirada de niño”. Observar con interés, curiosidad y sorpresa.
Primero identificamos la rutina. Las acciones de lo que vemos al levantarnos, al salir de casa, mientras caminamos a la facultad o el trabajo. Todos poseemos esos espacios que visitamos a diario sin darnos cuenta.
Después de identificarlos, os propongo iniciar un diario. Arrancamos el primero de octubre, como por poner una fecha de comenzar. De esa rutina, elegimos un lugar como: la vista a través de la ventana de mi habitación, lo que ocurre en el pasillo de la oficina donde trabajo o la calle de la parada del autobús que tomo a diario. Tendréis la misma escena o, simplemente, el mismo lugar registrado muchas veces. Al final del mes, al observar las fotos, seguro que algo mágico hay en ellas.
Recuerdo el proyecto del Árbol Brócoli del cual os hablamos hace un tiempo. Tal vez, con este ejercicio, encontraréis vuestro propio brócoli.
El origen
Un resumen de cómo llegué a esto. He estado durante los últimos meses de visita en París (o a las afueras). La habitación en la que me estoy quedando tiene un balcón que tiene vista hacia la ciudad. Pero, al haber venido de visita tantas veces para ver a mi familia, la vista del balcón me parecía cotidiana. Pero, en esta visita todo cambió.
Una amiga me pidió que le tomara una foto a la Torre Eiffel, del mejor lugar que pudiera. Como no soy muy fanático de las multitudes, pensé que la mejor sería una toma desde el balcón, ya que incluye la vista a la ciudad. Esto me hizo ver el balcón nuevamente; y la vista. Unos días veía la torre y me parecía muy soleado el día y muy plana la foto. Otros días muy nublado, al punto en que la ciudad se pierde entre la niebla.
El observar el mismo lugar una y otra vez, buscando la toma que le quería dar a mi amiga, me hizo esmerarme en buscar cosas interesantes que ocurrieran. En quedarme esperando en ese balcón mientras leo a que llegue una hora específica, poniendo la alarma muy temprano para agarrar amaneceres o trasnochando porque a veces la luz de la luna me llamaba más la atención.
El mismo lugar se vuelve una pequeña obsesión que me fuerza a aprender a entender la vista, el balcón y cómo sacarle provecho. Probablemente pude hacer un diario de la torre durante este tiempo acá, en retrospectiva pienso que hubiera sido un proyecto interesante de experimentar.
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