En mis clases lo digo siempre. Todos nos hacemos fotógrafos cuando trabajamos con proyectos, cuando nos olvidamos de hacer fotos bonitas y podemos contar historias con un conjunto de imágenes relacionadas entre sí. Todos, con un poco de esfuerzo podemos lograr una buena fotografía, pero lo difícil es saber editar nuestros disparos para contar a los demás una buena historia.
La mayor ilusión de los fotógrafos, cuando comenzamos a disparar, es conseguir una fotografía bonita. Es nuestro objetivo principal. Conseguir una imagen que levante admiraciones allí donde sea observada. Además los tiempos que corren son muy propicios para esta forma de trabajar. Colgamos una fotografía y conseguimos cientos de likes. Da igual que la anterior o la siguiente no tengan nada que ver. Muchas veces la única relación es que están hechas por nosotros.
Además se premia la inmediatez. Algunas personas valoran más esa primera impresión que publicamos que una imagen que lleve tiempo reposando, como el buen vino, un tiempo en la sombra y tranquilidad de un disco duro. Y sinceramente creo que esta forma de trabajar poco tiene que ver con lo que hemos entendido hasta ahora por la buena fotografía. Es válida, por supuesto, pero tiene el peligro de caer en la incertidumbre de la inmediatez.
¿Cuándo un fotógrafo se hace profesional?
No me vale la respuesta fácil y evidente. Cuando cobras tu primer sueldo por una fotografía. Hoy en día podemos encontrar miles de fotógrafos ante los que no nos queda más remedio que quitarnos el sombrero. Y lo hacen todo por afición, una de las sensaciones más placenteras a la hora de fotografiar y que muchos profesionales deberían copiar.
El paso de amateur o aficionado a profesional se da cuando el autor toma conciencia de sí mismo. Cuando se da cuenta de que no todos los disparos valen ni todas las luces expresan lo que siente. Ese momento es único. El fotógrafo abre el obturador en el instante que decide robar al tiempo. Ni antes ni después. El preciso momento por el que ha estado esperando toda su vida.
Y explota definitivamente cuando se da cuenta de que ese instante solo puedo ir acompañado de otro. Y que esos dos pierden el sentido si no forman parte de una historia que solo ronda por su cabeza. Cuando entiende que la fotografía es una suma de momentos que él y solo él ha decidido fijar. La fotografía no es más que contar historias con imágenes. De la misma forma que hace un escritor, un cuentista más bien. Un cuento es la forma de expresión más cercana a la fotografía.
El estilo
Porque de lo que estoy hablando no es otra cosa que el estilo. Esa forma de expresarse que permite reconocer el trabajo de uno o de otro. Cuando vemos una composición perfecta reconocemos a Cartier Bresson. Si alguien nos mira y nos traspasa con la mirada estamos ante el trabajo de Avedon. Si es un trabajo en color donde nada parece tener sentido es que estamos viendo a Cristóbal Hara. Si nos traspasa quizás sea Robert Frank...
Lo más complicado en el mundo de la fotografía es tener un estilo reconocible, una forma única de ver la luz. Incluso puede servir una técnica que dominemos como nadie, pero que comunique, faltaría más. Hoy estamos acostumbrados a ver fotografías increíbles que no dicen nada. Imágenes donde el proceso digital es lo único importante. O peor aún.
Me refiero a esa invasión maldita en la que lo único importante es el concepto, la idea. Y para representarla se olvida el sentimiento puro que debe reflejar la fotografía. Y como carece de él, se esconde detrás de palabras vacías de críticos y curadores. Si la fotografía necesita palabras, mal camino llevamos. Debe tener entidad propia y su único apoyo serán otras fotografías.
El destino ideal de las fotografías
Algunos piensan que es una exposición, otros que una pantalla llena de corazones y likes. Pero el destino perfecto para la fotografía es el libro. Un conjunto de fotografías en unas cuántas páginas. Y tienen que darse sentido entre sí. Deben cumplir una gramática visual que pocos dominan.
Si trabajamos solo buscando la foto espectacular del fin de semana, de la escapadita rural, será difícil mejorar como fotógrafos. Será un buen trabajo pero vacío de contenido. Es la mejor forma de conseguir postales que bien podrían adornar las tiendas de los turistas. No es mal destino para nuestra forma de ver las cosas. Pero si somos capaces de pensar de otra forma, de entender las relaciones que se pueden establecer entre ellas, lograremos avanzar y mejorar nuestro trabajo.
Y nunca es tarde para hacerlo. Incluso podemos empezar este mismo fin de semana. Solo hay que mirar nuestras fotografías y buscar conexiones entre ellas. Líneas que confluyan, mensajes en las que coincidan... Solo hay que buscar un relato. Ya nos contaréis. Seguro que será lo más difícil a lo que os vais a enfrentar como fotógrafos.
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