¿Se ha vuelto casi imposible realizar fotografía callejera?

¿Se ha vuelto casi imposible realizar fotografía callejera?

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¿Se ha vuelto casi imposible realizar fotografía callejera?

La noticia saltó hace tiempo en las redes sociales. Un fotógrafo publicó una imagen de su cara ensangrentada y de su cámara destrozada. Según parece estaba haciendo fotos un día de agosto en el carnaval de Nothing Hill y encontró a una pareja besándose. Les hizo fotos y la respuesta fue muy violenta. Math Roberts se quedó sin cámara y con uno de los mayores sustos de su vida por hacer una fotografía.

Los tiempos han cambiado. El fotógrafo urbano ya no es bien recibido en la cultura occidental. Ahora que todos llevamos una cámara nos hemos convertido en sospechosos habituales. Ya no podemos trabajar donde queramos. Los gobiernos cada vez ponen leyes más estrictas y los fotógrafos no gustamos en muchos lugares.

La sociedad es otra y más desde que hemos entrado en los tiempos de la pandemia. Antes un fotógrafo documentaba la realidad; ahora es un voyeur que se enriquece a nuestra costa y que hace fotos para saber qué perversiones ocultas. Ya no cuenta historias, sino que seguro que almacena todo en discos duros para aprovecharse de la gente que encuentra por la calle o para apoyar a su partido político.

Así que parece que cada vez será más frecuente encontrarnos en la misma situación que Math Roberts. La justicia implacable caerá sobre nosotros.No tenemos derecho alguno a fotografiar a la gente que pasea por la calle. Ni siquiera si estamos en medio de una fiesta pública. Los fotógrafos nos hemos convertido en malditos.

¿Es tan negra la realidad fotográfica?

El derecho a la intimidad y el derecho a la imagen han irrumpido con fuerza en las sociedades occidentales. No podemos fotografiar a nadie sin su consentimiento. Se acabaron los argénticos días de vino y rosas. Lo nuestro será una aberración del pasado que recordarán con vergüenza por lo que nuestros antepasados llegaron a hacer con algo tan hiriente como una cámara de fotos.

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Siempre recuerdo una clase magistral en la que el profesor, abogado para más señas, nos advirtió de que si no queríamos problemas nos dedicáramos a fotografiar a los árboles. Nada de personas desconocidas que atraviesan la calle. Prohibido.

Si queremos fotografiar a una persona, sin riesgo alguno, tendremos que llevar un formulario para que lo firme y nos autorice utilizar su imagen. O mejor aún, ir siempre con un amigo, familiar o modelo para contar cómo es la calle pero actuando, a la manera de algunos fotógrafos clásicos.

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Hace dos veranos fui a la playa (qué buenos tiempos cuando se podía viajar), al Mediterráneo y al Cantábrico. Y lo pasé mal con la cámara. No me sentí cómodo y casi no pude sacarla. Ni siquiera para fotografiar a mi familia. Tenía miedo de que alguien se sintiera molesto y montara un escándalo. Ya no es un mundo para fotógrafos.

En uno de los pueblos en los que estuvimos vimos el girasol más grande de nuestras vidas. Asomaba desde un patio a la calle. Era de noche y comenté con mi mujer las ganas que tenía de fotografiarlo al día siguiente. Por la mañana ya no estaba. Siempre he creído que el señor que estaba paseando era el dueño de la casa y no le gustó que un fotógrafo rondase su tesoro vegetal. No parecemos gente de fiar.

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Ya me han dicho que pensar así es arcaico y que no lleva a ninguna parte. Que si creo que soy un privilegiado y que quién me creo que soy para fotografiar a quién quiera. No soy nadie y a nadie obligo.

Pero me encanta reflejar cómo es la vida en la calle y me gusta pensar que en el futuro mi familia, o más gente, podrá conocer cómo éramos realmente cuando salíamos a pasear, cuál era la moda o los peinados que triunfaban. Y si puedo contarlo con mis fotos seré feliz. Me gusta, es mi profesión.

La historia de la fotografía sin gente

La historia de la fotografía es la historia de la gente. El increíble valor antropológico de la fotografía. Desde la primera imagen callejera, en la que se ve a un caballero atendido por un limpiabotas en la calle hasta la actualidad, congelar con un disparo a la gente nos ha permitido conocer más de nosotros mismos.

Sería difícil comprender cómo fue la Gran Depresión sin la Farm Security. Imposible conocer los años después de la guerra sin las imágenes de los fotógrafos humanistas. Nunca recordaríamos las fiestas sin Cristina García Rodero...

Sería difícil comprender cómo fue la Gran Depresión sin la Farm Security. Imposible conocer los años después de la guerra sin las imágenes de los fotógrafos humanistas. Nunca recordaríamos las fiestas tradicionales sin Cristina García Rodero... Es el comienzo de una lista que puede ser interminable.

Es la mejor forma de conocernos, de saber cómo fuimos. No sonreímos siempre como hacemos en las redes sociales. Nunca en la historia se había visto tanto a la gente de la calle. A ti y a mi. Durante siglos solo podíamos ver a los que creían tener la sangre azul o a los señalados por la divinidad. Y la fotografía rompió con esta injusticia. Todos somos dignos de ser recordados.

Creo que ya lo hemos comentado aquí. En una exposición reciente sobre el bicentenario del museo del Prado podíamos ver cómo eran los visitantes del museo desde su inauguración hasta los años 80. No hay fotografía alguna de los años recientes. No sabemos si íbamos con pantalones rotos, con gafas de 'Matrix' o llevábamos móviles pesados. Es algo que se ha perdido. Conocemos más de los visitantes de los años 50 que los de hace diez años.

El problema de la fotografía callejera

Todavía no conozco a ningún fotógrafo millonario por trabajar ocho horas diarias con la cámara al hombro para buscar una expresión. No es una especialidad con la que te hagas rico. Así que no lo hacemos por dinero, nos movemos por pasión. Y es verdad que unos pocos han hecho el mal y se han aprovechado de las personas retratadas. No merecemos pagar justos por pecadores. Me niego a pensar que somos una amenaza. Solo contamos historias. Con una mera herramienta.

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Y el pecado más grande que podemos cometer es equivocarnos de contexto. No me gustaría encontrar una foto de mi familia en una revista de ultraderecha con un pie de página señalando cómo se divierten las familias arias. Pero no me importaría verla en un libro de Navia o en un periódico en el que se ilustre cómo se divierten los madrileños.

Y el pecado más grande que podemos cometer es equivocarnos de contexto. No me gustaría encontrar una foto de mi familia en una revista de ultraderecha con un pie de página señalando cómo se divierten las familias arias

Eso es lo que cambia las cosas y lo que debería preocupar a la sociedad. No prohibir y culpabilizar por sistema. Todos tenemos derecho a nuestra imagen. Hemos pasado del blanco al negro. Y es un tema delicado. Lo sé.

Pero no entiendo la doble moral. En el mundo occidental no debemos osar levantar la cámara. En el oriental muchas veces te buscan para ser fotografiados. Y mucha gente viaja y retrata sin problema a los habitantes del tercer mundo. Eso sí. Y a la gente que duerme en la calle.

Nadie se acuerda de los derechos de imagen cuando vemos a los niños pobres con títulos intensos. Ni de los que posan por una perra gorda en los templos budistas con paraguas que nunca llevarían. Hay quien utiliza estas imágenes como trofeo, incluso lo disfrazan de denuncia.

No todos somos así. Afortunadamente hay más fotógrafos que solo quieren contar una historia que los que buscan alabanzas. Muchos huyen de esa teatralización y buscan con la fotografía su propia forma de ver las cosas. Y sin aprovecharse de nadie.

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Sabemos que es un tema complicado. Que a lo mejor el niño francés que llevaba una barra de pan no quería salir en un libro. Que la señora castellana que grita en las fiestas de su pueblo no deseaba ser recordada así...

Igual todo consiste en preguntar y pedir permiso. A lo mejor todo terminaría si la fotografía callejera se llamara teatralizada, al estilo del genial Doisneau. Así se terminan los problemas y empiezan las fotografías idealizadas de muchos instagramers... A los fotógrafos no nos quedará nada más que inventarnos los disparos para contar algo parecido a la realidad. ¿Vosotros qué pensáis?

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